Suele considerarse a las personas que otorgan rápidamente su confianza como poco 
precavidas o dicho en otras palabras, que son directamente tontas. «¿Pero cómo puedes confiar tanto en la gente, no ves que pueden clavarte una puñalada por la espalda a las primeras de cambio?.
Cierto es que de la misma manera en que no podemos ir por la vida otorgando nuestra confianza al primero que se cruza en nuestro camino, tampoco podemos salir a la calle escondidos de todo el mundo tras un escudo.
La confianza es muy valiosa, todos lo sabemos, hay que vigilar a quién se otorga, ¿pero hasta qué punto ese «estado de vigilancia constante» puede guiar nuestro comportamiento social?. ¿Qué hay de positivo en desconfiar de los demás por sistema?. Nadie te traicionará, es cierto, pero tampoco lograrás que nadie confie en tí.
Yendo un poco más al meollo de la cuestión, en este punto hay que detenerse a hablar de la autoconfianza. ¿Confíamos en nosotros mismos?. ¿Si no confíamos en nosotros mismos, podremos confiar en los demás?. ¿Si no inicíamos el hábito de la autoconfianza con nosotros, cómo vamos a poder iniciarlo con los demás?.
Así como la desconfianza puede generar un círculo vicioso de incomunicación y engaños, la confianza puede generar un círculo virtuoso donde precisamente el hecho de confíar en los demás permita que puedas confíar más en tí.
No queremos que nadie nos haga sufrir y por ese motivo nos escondemos detrás de nuestros escudos, recibimos al otro tras el escudo y con la espada preparada por si acaso. A veces es necesario tomar esas precauciones pero sólo a veces. Hay que impedir que se conviertan en un hábito de conducta, el miedo y la precaución continuas impedirán que aproveches las grandes oportunidades que pasen delante de tí.
La desconfianza como hábito o la confianza como hábito. La pelota está en tu tejado.
Fotografía de Sebastían Mercuri